«Adaptarse a las necesidades del habitante, y dar espacio a sus aspiraciones; perdurar, albergar, posibilitar. Ésas podrían ser las virtudes de una buena casa, aún a riesgo de que la puesta en práctica de estas bondades signifique la lenta desaparición de la estructura original. ¿Cómo el arquitecto puede resistir esa condena? La aceptación de cierta independencia y vitalidad de la arquitectura, que se desencadena apenas terminada la obra, podría contener una respuesta.»