“pero… ¿nuestro cuerpo, la razón de nuestro cuerpo? ¿No tiene el propio nómada que ver de todos modos con el lugar? Va de un lugar a otro, no se detiene en ninguno, pero siempre conoce lugares. ¿Y qué representan sus grandes alfombras sino la casa, el lugar de su casa, que lo sigue a cualquier parte y donde habitaba en esencia? Puede que llegue un día -como ya ha sucedido en las `profecías´de la ciencia ficción- en que nuestro cuerpo sea transmisible como cualquier otra información. Entonces quizá se resuelva el problema de su razón específica y, por tanto, del lugar y del habitar.”
“La presencia de estos espacios cerrados, la resistencia que estos `cuerpos´ejercen contra el despliegue de la vida posmetropolitana resulta cada vez más claramente intolerable. Naturalmente, el espacio cerrado no es sólo el edificio definido en base a una función, a una única `propiedad´; es también el simple barrio `residencial´, los espacios cerrados que constituyen los parques de atracciones, donde la propia diversión se `cronifica´, como la enfermedad en los hospitales, la enseñanza en las escuelas y en los campus, y la cultura en los museos y en los teatros.”
“Pero, mientras tanto, el tiempo de la metrópoli contrasta dramáticamente con su organización espacial, con la `pesadez´de sus edificios, con la masa de sus contenedores. Las masas de la metrópoli no se transforman en energía, sino que, al contrario, la absorben, la consumen, exactamente lo contrario de lo que sucedía en la ciudad, donde se producía una correspondencia entre los tiempos de las funciones, de los valores, de las relaciones y de la calidad de las arquitecturas, donde la arquitectura enriquecía, potenciaba la calidad del conjunto. Debemos volver a encontrar dicha correspondencia, pero resulta imposible hacerlo volviendo a proponer una forma urbis tradicional. Debemos `inventar´correspondencias, analogías entre el territorio posmetropolitano en el que vivimos y edificios, lugares donde poder habitar; debemos `inventar´ edificios que sean lugares, pero lugares para la vida posmetropolitana, lugares que expresen y reflejen el tiempo, el movimiento.”
“Vivimos obsesionados por imágenes y mitos de velocidad y ubicuidad mientras que los espacios que construimos insisten pertinazmente en definir, delimitar y confinar.
“Necesitamos lugares donde habitar, pero éstos no pueden ser espacios cerrador que contradigan el tiempo en el territorio donde, nos guste o no, vivimos. ¡Qué enredo de dificultades y problemas!”
“Por utilizar una metáfora procedente de la física contemporánea, el espacio metropolitano todavía era un espacio de `relatividad limitada´; el del territorio posmetropolitano deberá ser un espacio de `relatividad general´. Aquí no sólo cualquier edificio debe poder servir como cuerpo de referencia, sino que los cuerpos deben poderse `de-formar´o transformar durante su movimiento. De este modo, la distribución de la materia en este espacio mutará constante e imprevisiblemente. El espacio global resultará de la interacción de sus diversos cuerpos: elásticos, `deformables´, capaces de `acogerse´ entre sí, de penetrar unos dentro de los otros, como esponjas y moluscos. Cada uno será polivalente, no sólo en cuanto que engloba diversas funciones en sí mismo, probablemente `confinándolas´ de nuevo a su interior, apresándolas en sí mismo, sino en cuanto que está en relación íntima con lo diferente a sí mismo en tanto que es capaz de reflejarlo. En un espacio tal, cada parte es como una mónada que acoge en sí misma el todo, que lleva en sí misma la lógica del todo: una individualidad universal. En absoluto trata de una operación completamente ideológica de supresión del límite: cualquier cuerpo presenta límites, so pena de anularse. Tampoco se trata de confundir `anárquicamente´ las relaciones entre los diversos tiempos de los diversos lugares, sino que se trata más bien de acordar sin confundir, haciendo que viva el todo, la forma del todo en la cualidad de cada parte.”
“Nunca podemos sentirnos habitantes de lugares segregados del conjunto del territorio; acabaremos sintiéndonos todavía más alienados en lugares `protegidos´ que en un vagón del metro. Para sentirnos en casa no buscamos lugares separados, cerrados ni protegidos, como tampoco podremos habitar un tren, un automóvil, una estación, un aeropuerto… Quizá podremos habitar allí donde la perfección formal del lugar concuerde con la universalidad de las informaciones que recibimos, allí donde lo individual nos comunica lo universal. ¿Es posible imaginarlo? Debemos proyectar nuestros edificios como asentamientos en el antiespacio de la red informática, como nodos de la red, polivalentes e intercambiables. Debemos construirlos como sensores, casi interfaces de ordenador. Cuanto más rica y compleja sea la información que recibamos, más móvil será en el tiempo, menos `arraigada´ estará en propiedades rígidas, más problemas nos suscitará su presencia, más responderán estos problemas a la irrefrenable exigencia del habitar.”
“Pero nuestro habitar es este tiempo -el tiempo del General Intellect y de la Movilización Universal- no es, y nunca llegará a ser, la utopía del desarraigo total del tiempo de toda métrica espacial y de la desencarnación de nuestra alma. Éstos son malos gnosticismos, hijos de una fe ingenua o, mejor aún, de una creencia supersticiosa en el `progreso tecnológico´. Para el territorio posmetropolitano necesitamos esa architecturae scientia de la que ya hablaban los antiguos: capacidad de construir lugares adecuados al uso, lugares que correspondan a las exigencias y a los problemas de nuestro tiempo.”
“Entonces los políticos y los arquitectos deberían intentar superar la monofuncionalidad, pensar en edificios realmente polivalentes. Sin embargo, todavía existen el hospital, la escuela, la universidad, el museo, el teatro y las oficinas del ayuntamiento: se continúa proyectando e interviniendo arquitectónica, política y urbanísticamente por separación, creando cuerpos rígidos. Sólo el hecho de decir que el edificio debe ser plurifuncional, que debe servir a más usos, que debe ser utilizado por diferentes personas (jóvenes, ancianos, gentes con diversos oficios) y para varias funciones, haría que ese lugar fuera más coherente con la forma de vida actual.”
“Por otra parte, ya en su momento, en Florencia o en Venecia la residencia no fue nunca sólo tal, sino que también era almacén, tienda y taller. La maravillosa plurifuncionalidad del monasterio estaba mucho más adelantada que las cosas que hacemos ahora: era hospital, hotel, lugar de culto, estación, oficina de correos, mercado, escuela, universidad, todo ello junto. Como ya se ha observado, nosotros, en cambio, hacemos de todo una clínica: la clínica para las obras de arte, para los estudiantes, otra para los enfermos, para los apasionados de la ópera que van al teatro. Todo es rígido en un territorio donde ya no hay ningún lugar. Por parte del público se necesitaría dotar a la ciudad de valencias simbólicas; el político administrador responde con teatros, universidades, hospitales, etc., y `sufrimos´ lo ya construido, la ciudad existente, que ocupa espacio para sus calles, sus aparcamientos y sus nuevos `contenedores´, tras los cuales ya no se encuentra la persona ni la comunidad entre las personas, y a lo sumo existirán `comités´ en defensa de intereses absolutamente privados. Un lugar asume valor simbólico, por el contrario, cuando entre las personas existe un ethos común, si no una verdadera religio civilis. De otro modo es imposible construir ayuntamientos, juzgados, teatros, ni iglesias. En definitiva, es imposible construir unos lugares que tengan valor simbólico en un espacio posmetropolitano. Se necesita quizá comenzar a proyectar en voz baja, modestamente, `yendo de paisano´, renunciar a las grandes pretensiones simbólicas que amenazan a cada instante con caer en el ridículo e intentar combinar más funciones al construir edificios. No sabría decir si esto da satisfacción a nuestra exigencia de lugares. Sé que hoy vivimos en estas contradicciones estridentes, en estas disociaciones.”