CAPÍTULO XV
«Y a pesar de todo decimos «mucho tiempo» y «poco tiempo», y esto no lo decimos sino del pasado o del futuro. Llamamos mucho tiempo pasado, por ejemplo, a hace cien años y, a su vez, mucho tiempo futuro a después de cien años; en cambio, llamamos poco tiempo pasado a, supón que digamos, hace diez días, y poco tiempo futuro a diez días después. ¿Pero en qué medida es poco o mucho lo que no existe? De hecho, el pasado ya no existe y el futuro
todavía no existe. Así pues, no digamos: «Es mucho»; mejor digamos del pasado: «fue mucho»; y del futuro: «será mucho».
Señor mío, luz mía, ¿a que también con esto tu Verdad se reirá del ser humano? En efecto, el tiempo pasado que fue mucho, ¿fue mucho por haber pasado ya o estando todavía presente? Es que sólo podía ser mucho cuando existía lo que era mucho; el pasado, en cambio, ya no existía, por lo que tampoco podía ser mucho, porque en absoluto existía. En consecuencia, no digamos: «Duró mucho el tiempo pasado» —lo cierto es que no encontraremos qué es lo que duró mucho, ya que, desde el momento en que es pasado, no existe— sino digamos: «Duró mucho aquel tiempo presente» porque al ser presente duraba mucho. Ciertamente, no había pasado todavía para dejar de ser, y por eso era posible que durase mucho. En cambio, después de que pasó, simultáneamente dejó de durar mucho, porque dejó de ser.
Veamos pues, alma humana, si el tiempo presente puede durar mucho o no: de hecho, se te ha concedido percibir las unidades de tiempo y medirlas. ¿Qué me vas a responder? ¿Acaso cien años presentes duran mucho tiempo? Mira antes si pueden estar presentes cien años, o no. Y es que si está transcurriendo el primero de esos años, ése es el presente y los noventa y nueve, en cambio, son futuros, y por ello todavía no existen. Si por el contrario está transcurriendo el segundo año, ya ha pasado uno, el otro es presente, y el resto futuros. Y así pondremos como año presente a cualquiera de los años intermedios de ese número centenario: con anterioridad a él habrá pasados, y tras él futuros. Por todo ello, será imposible que cien años estén presentes.
Mira al menos si el que está transcurriendo está él mismo presente. Y en verdad, si está transcurriendo su primer mes, los demás son futuros; si el segundo, ya ha pasado también el primero, y los restantes todavía no existen. En consecuencia, tampoco el año que está transcurriendo está presente en su totalidad; y sí no está presente en su totalidad, tampoco el año está presente. Y doce meses son un año, de los que cualquier mes en particular que está transcurriendo es el que está presente, y los restantes o son pasados o son futuros. Apesar de todo, ni siquiera el mes que está transcurriendo está presente, sino un solo día: si el primero, los demás futuros; si el último, los demás pasados; si cualquiera de los intermedios, entre pasados y futuros.
He aquí que el tiempo presente, el único que hallábamos que podía denominarse «mucho», se ha reducido apenas al espacio de un solo día. Pero sigamos tratando también esta misma cuestión, porque tampoco un solo día está del todo presente. De horas nocturnas y diurnas, en total veinticuatro, se compone, de las cuales, la primera tiene las demás por futuras, la última por pasadas, y cualquiera de las intermedias está entre las ya pasadas y las aún por venir. Y una sola hora, en sí misma, transcurre en fugitivas divisioncitas. Cuanto se ha esfumado de ella es pasado; cuanto le resta, futuro. Si se aprecia algo de tiempo en el tiempo que no puede ser dividido siquiera en las partes más pequeñas de los momentos, ése es el único que puede decirse presente. Éste, sin embargo, pasa volando tan precipitadamente de futuro a pasado que no se extiende fraccioncilla alguna. Lo cierto es que, si se extiende, se divide en pasado y futuro: por lo que el presente no tiene espacio alguno.
¿Dónde está entonces el tiempo que decimos «mucho»? ¿Será el futuro? En realidad no podemos decir: «es mucho» porque no existe aún lo que debería ser mucho, sino que decimos: «será mucho». ¿Y cuándo lo será? Porque si entonces fuera todavía futuro no podrá ser mucho, porque aún no existe lo que ha de ser mucho. Y si fuera mucho cuando comenzase a existir a partir de su futuro —que todavía no existe— y se hiciera presente para que pudiese ser mucho, ya el tiempo presente, con las voces de antes, a gritos dice que no puede durar mucho.»
CAPÍTULO XVI
«Y a pesar de todo, Señor, percibimos los intervalos de tiempo, y los comparamos unos con otros, y decimos que
unos duran más y que otros duran menos. Medimos además cuánta mayor o menor duración tiene un tiempo que otro, y respondemos que uno dura el doble, o el triple, y que otro es simple; o tan sólo que uno dura lo mismo que otro. Pero medimos los tiempos que transcurren cuando los medimos percibiéndolos. En cambio, los pasados, que ya no existen, o los futuros, que todavía no existen ¿quién puede medirlos a menos que, frente a todo pronóstico, alguno se atreva a decir que puede medir lo que no existe? En consecuencia, mientras el tiempo está transcurriendo, es posible percibirlo y medirlo; cuando ha pasado, en cambio, es imposible, porque no existe.»
CAPÍTULO XVII
«Pregunto, Padre, no afirmo: Dios mío, guíame y dirígeme. Porque ¿quién hay que me diga que no son tres los tiempos tal y como de niños aprendimos, y a niños hemos enseñado: pasado, presente y futuro, sino tan sólo el presente, porque los otros dos no existen? ¿Acaso también ésos existen, pero procede de alguna fuente oculta cuando de futuro se hace presente y también retrocede a una fuente oculta cuando de presente se convierte en pasado? De hecho, quienes han vaticinado el futuro, ¿dónde lo vieron si todavía no existe? Lo cierto es que no es posible que se vea aquello que no existe, y quienes narran el pasado no narrarían, después de todo, la verdad si no lo contemplasen en su espíritu. Si no existiese todo esto, sería del todo imposible contemplarlo. Existen, en consecuencia, tanto el futuro como el pasado.»
CAPÍTULO XX
«[…] tal vez sería más propio decir que los tiempos son tres: presente de las cosas pasadas, presente de las cosas presentes y presente de las futuras […] presente de cosas pasadas (la memoria), presente de cosas presentes (visión) y presente de cosas futuras (expectación) [¿arquitectura?].»
«[…] Por lo cual, como decía, medimos los tiempos cuando pasan. Y si alguno me dice: <<¿De dónde lo sabes?>>, le responderé que lo sé porque los medimos, y porque no se pueden medir las cosas que no son, y porque no son los pasados ni los futuros. […].»
CAPÍTULO XXIII
«Oí de labios de una persona docta que el movimiento del sol, de la luna y de los astros son en sí el tiempo, y no estuve de acuerdo. De hecho, ¿por qué no decir mejor que tiempo es el movimiento de todos los cuerpos? Por otra parte, si se detuviesen los luceros del cielo y se moviese la rueda de un alfarero ¿acaso no habría tiempo con el que medir esos giros y diríamos que se movía a intervalos regulares o que, si en unos casos se moviese más lento y otros más deprisa, que unos son más duraderos y otros menos? O al decir esto ¿no hablaríamos también nosotros dentro de un tiempo ni habría en nuestras palabras unas sílabas largas y otras más breves sino porque las primeras hubiesen sonado en un tiempo más largo y las segundas en uno más breve?
Oh Dios, concede a los seres humanos ver en lo pequeño las nociones comunes de las cosas pequeñas y de las grandes. Están las estrellas y las lumbreras del cielo a modo de señales, y de tiempos, y de días, y de años105. En verdad que lo están, pero ni yo hubiese dicho que el recorrido de las ruedas de maderilla de aquél es el día ni aquél, a pesar de todo, hubiese dicho por ello que el día no existe. […].»
CAPÍTULO XXVII
«[…] Pero entonces no se detenía, sino que caminaba y pasaba. ¿Acaso por esta causa podía serlo mejor? Porque pasando se extendía en cierto espacio de tiempo en que podía ser medida, por no tener presente espacio alguno. […]
Y, sin embargo, medimos los tiempos, no aquellos que aún no son, ni aquellos que ya no sob, ni aquellos que no se extienden con alguna duración, ni aquellos que no tienen términos. No medimos, pues, ni los tiempos futuros, ni los pretéritos, ni los presentes, ni los que corren. Y, sin embargo, medimos los tiempos. […]
[…] Porque lo que se ha realizado de ella, sonó tiernamente; más lo que resta, sonará y de esta manera llegará a su fin, mientras la atención presente traslada el futuro en pretérito, disminuyendo al futuro y creciendo el pretérito hasta que, consumido el futuro, sea todo pretérito.»
CAPÍTULO XXVIII
«Pero ¿cómo disminuye o se consume el futuro, que aún no existe? ¿O cómo crece el pretérito, que ya no es, si no es porque en el alma, que es quien lo realiza, existen las tres cosas? Porque ella espera, atiende y recuerda, a fin de que aquello que espera pase por aquello que atiende a aquello que recuerda. […]
[…] mi atención es presente, y por ella pasa lo que era futuro para hacerse pretérito. […]»